En esta época tan convulsa y difícil que nos ha tocado vivir están surgiendo multitud de actitudes y actos generosos y altruistas. Hemos, sin querer, redescubierto que somos comunidad, que dependemos unos de otros para sobrevivir con un mínimo de calidad de vida, cuando nos vienen mal dadas.

Han surgido iniciativas para ayudar a sanitarios, con la fabricación de material de protección. Otras para ayudar a ancianos y dependientes para las compras o los cuidados esenciales. Otras muchas venidas del ámbito educativo y psicológico para los más pequeños de la casa o para niños con diversas discapacidades. Pero hay un colectivo que a menudo se abandona en toda esta dinámica social que ha surgido de la actual crisis sanitaria. No sé si es porque no despiertan en la mayoría social tanta simpatía o no resultan tan entrañables. Cierto y verdad, que a menudo, son los que más quebraderos de cabeza nos dan. Me refiero a nuestros queridos adolescentes.

Ellos, pseudo-adultos y pseudo-niños, que están embarcados en ese camino sin dirección fija que es llegar a ser adulto, deben afrontar también este aislamiento forzado con sus debilidades y fortalezas.
Quizás sería un ejercicio más que saludable, recordarnos nosotros mismos, hoy adultos y padres aquella época nuestra. Las emociones que nos embargaban, los cambios de humor, de repente, sin motivo aparente (porque no solemos ser muy comunicativos con nuestros padres en esta época de la vida). Esa época en la que parece que los padres ya no son tan importantes, a no ser que nos pase algo realmente grave, en la que nuestros amigos están a veces por delante de todo lo demás. Esa época del primer amor, del descubrimiento de la vida como un camino mucho más ancho y largo del que habíamos vislumbrado de niños.

Pues bien, ellos y ellas, están ahora, como todos las demás personas, aislados de esas cosas tan importantes a esta edad. Sus amigos, su primer amor, los dimes y diretes con los y las amigas. Con una energía y una vida por dentro que les rebosa a borbotones. Y no digamos de los que por avatares de la vida sufren por algún problema de tipo psicológico como ansiedades, hiperactividad, discapacidad intelectual, etc. y se tienen que ver enfrentándose a los estudios telemáticamente y sin ayuda docente directa y, en muchos casos, desorganizada. Y entonces, qué hacemos con nuestros hijos e hijas, que tienden más al aislamiento familiar que cuando eran niños, al llegar el inevitable aburrimiento y los conflictos derivados de exigencias escolares, pequeñas frustraciones diarias, etc. A éstos no se les entretiene con dibujos o manualidades, normalmente.

Bueno, pues para empezar, intentemos ponernos en su piel. Alguna memoria nos quedará de cuando fuimos adolescentes como ellos y ellas. Así que cuando os lleguen con quejas, lamentaciones, frustraciones… validad sus emociones, hacerles sentir que es normal sentirse así y que no están solos, que estáis ahí para ellos. No les deis discursos del tipo: “esos no son problemas, problemas los que tengo yo con la casa y la situación que estamos pasando” o “yo sí que estoy mal…”. Bueno, ya sabéis, eso que nos sale sin querer a los padres cuando estamos cansados o estresados por las responsabilidades diarias. Lo cual es comprensible, pero si tomamos conciencia de ello, quizás, podamos darle un capotazo al asunto y recuperar, aunque sea momentáneamente, la conexión que parece que perdemos con ellos cuando se van haciendo mayores.

Otra forma es compartir con ellos aficiones, aunque a nosotros no nos diviertan tanto como a ellos. Como pedirle que te enseñe a jugar a la consola con ella, o seguir una serie juntos, de las que les gustan. Y luego propiciar una charla sobre lo que habéis visto.
Una buena idea sería, también, propiciar un debate sereno sobre cómo ven ellos la actual crisis sanitaria. Y testear cómo se sienten, cómo piensan sobre lo que nos está pasando. Y aprovechar para decirles y decirnos, que no están solos, que somos una familia y juntos saldremos adelante. Construir con ellos un discurso que os haga estar más unidos. Esa idea de unión familiar ante las dificultades puede ser un ancla de recuperación cuando haya discusiones, pequeños enfados, muy normales en la vida diaria. Cuanto no más en la situación de confinamiento a la que nos vemos obligados, no solo por ley, sino por responsabilidad social y por amor a los nuestros, a los que no queremos perjudicar con conductas irresponsables.
Bueno, pues ya sabéis. Si queréis pasar más tiempo con ellos y ellas, empezar compartiendo sus aficiones y quizás terminen compartiendo también alguna de las vuestras. Cuando tengan un mal día decirles que comprendéis sus sentimientos y que es normal sentirse mal pero que ahí estáis vosotros para que no lo pasen solos. Y cuando por arte de birlibirloque os hablen de algo, os cuenten algo, ESCUCHAR, de verdad. No hay mejor modo de que no se sientan más aislados de lo que ya estamos.
Mucho ánimo y fuerza a todas las familias. De esto saldremos juntos y mejores.